Existe
una gran diversidad de herejías, unas más evidentes que otras, pero el hecho de
que una de ellas sea más destacada no hace a la más simple menos dañosa. Las
enfermedades del espíritu tienen todas una sola cura, el Espíritu de Dios.
Cualquier intento por sanar que deje fuera la actividad de la gracia del
Creador conduce a la muerte, y poco importa lo irrelevante de la dolencia en el
alma.
Comparativamente,
Pelagio es un hereje más fuerte que Arminio. Aquél negaba la existencia del
pecado original, de la caída humana en la representación que nos hiciera Adán.
Arminio creyó en la contaminación general del espíritu humano, al punto en que
asumió que necesitamos de la gracia de Dios para el rescate de nuestra alma. En
apariencia este último se nos muestra más noble que el otro, quizás más
corregido que aquél. Pero secretamente, Arminio guarda en su bolsillo la
navaja punzante con el veneno en la punta, y asesina tantas almas como su
predecesor Pelagio.
Si
Arminio cree en la caída humana en el Edén, no pretende que el hombre esté
totalmente incapacitado para su propia recuperación espiritual. Arminio otorga
a la raza humana la virtud de ser partícipe en el proceso salvífico, haciéndola
colaboradora de Dios. En otros términos, da pie al adagio popular ayúdate
que yo te ayudaré. Esta creencia le devuelve al individuo un amplio
sentido de responsabilidad sustentado en la capacidad de su voluntad,
exaltándole el orgullo de la coparticipación con Dios. De un ser pasivo,
incapacitado y muerto, el hombre pasa a ser ahora activo, capaz y sobreviviente
de la caída del Génesis con Adán.
Los
Jesuitas fueron formados en un cuerpo regular, hacia mediados del siglo
dieciséis. Hacia el fin del mismo siglo Arminio comenzó a infestar las iglesias
Protestantes. Las doctrinas asociadas con la predestinación estaban prohibidas,
no solo de ser predicadas, sino de ser impresas; y el sentido Arminiano de los
Artículos fue estimulado y propagado. Ahora la doctrina de la Sola
Gratia es vista como
traición o herejía, pues el sartén lo creen tener por el mango y han volteado
el cocido. (Mateo 24:4-5). Nuestro llamado es a seguir al verdadero
Cristo, al verdadero evangelio, de lo contrario incurriríamos en la maldición o
el anatema.
Nosotros conocemos el Cristo del catolicismo romano. Ellos
profesan que él es verdadero Dios. El sufrió y murió por el perdón de los
pecados. El resucitó, y ascendió a los cielos y viene otra vez. Pero el no es
un salvador completo. El Cristo de los católico romanos no puede salvar a los
pecadores sin las buenas obras de ellos y la intercesión de los sacerdotes. El
no es el Cristo de la Biblia. Nosotros no somos engañados por este Cristo, El
es un Cristo falso (Augustus Toplady
-1740-1778- El Arminianismo: El Camino a Roma).
Según
la Biblia, a mucha gente no se le anuncia el evangelio, a muchos se les llama,
pero pocos son los escogidos. De allí que en Mateo 24:24 se nos aclara que se
intentaría engañar -si fuere posible- a los escogidos. Sabemos que no es
posible, pero la realidad es que nos reunimos en congregaciones mixtas,
repletas de llamados -no necesariamente de escogidos. Es allí donde el
arminianismo crece y se propaga como la cizaña junto al trigo. Eso genera
molestia porque nos gustaría aceptarlos como tal, ya que comparativamente con
el resto del mundo que está totalmente fuera de la iglesia éstos se ven más
nobles y más parecidos a las ovejas. Es la misma similitud entre las dos
herejías mostradas al inicio: la de Pelagio y la de Arminio. Una se ve más
peligrosa que la otra, pero ambas son mortales.
¿Dónde
se tuercen las Escrituras en la cultura arminiana? ¿Dónde está la diferencia
que convierte en herejía la tesis de Arminio y sus seguidores? Es allí
donde se construye otro evangelio diferente al enseñado por los
apóstoles, por lo cual están bajo el anatema prescrito por Pablo en su autoridad
apostólica. He aquí algunos textos de la Biblia que exponen lo que
intentamos descifrar: Mucho más amoroso, el otro Dios (otro dios) ama
individualmente a todas las personas en el mundo entero, deseando su salvación.
Esa benevolencia sin igual lo presenta atractivo para la humanidad en general,
negando la historia de la redención que ha sido eficaz y parcial. El Dios de la
Biblia pretende y alcanza la salvación de los que han sido escogidos antes de la
fundación del mundo, sin miramientos a sus obras. ¿No lo ilustra así Romanos 9,
cuando afirma que Dios amó a Jacob y odió (o rechazó) a Esaú antes de que
hicieran bien o mal, para que el propósito (de la salvación) se mantuviera por
el que llama y no por las obras? (Romanos 9:10-13). Los
insensatos no estarán delante de tus ojos; aborreces a todos los que hacen
iniquidad (Salmos
5:5). Dios es juez justo, y Dios está airado contra el impío
todos los días (Salmos
7:11). Jehová prueba al justo; pero al malo
y al que ama la violencia, su alma los aborrece (Salmos 11:5). Todas las cosas me fueron entregadas
por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce
alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar (Mateo 11:27). Yo ruego por ellos; no ruego por el
mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo
tuyo mío; y he sido glorificado en ellos (Juan 17:9-10). Y
el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos (Hechos 2:47). …
y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna (Hechos 13:48). …según
nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y
sin mancha delante de él… (Efesios 1:4). ¿Y
qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con
mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer
notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de
misericordia que él preparó de antemano para gloria…? (Romanos 9: 21-23).
Podríamos
preguntarnos si un gran celo por la obra de Dios nos hace aceptables ante su
presencia a pesar de nuestros errores doctrinales. A fin de cuentas, un Dios
inmensamente sabio y amoroso es capaz de entender las vicisitudes de los
mortales que le buscan y le alaban, reconociendo su magnificencia y nuestra
insignificancia. El punto es que la palabra revelada es la única fuente de
verificación que poseemos, y en ella encontramos que los judíos tenían celo de
Dios, pero no conforme a ciencia (no conforme a conocimiento) (Romanos 10).
Esto trae a nuestra memoria un principio jurídico casi universal, el de que la
ignorancia de la ley no nos excusa de su cumplimiento. A la
ley y al testimonio, dice Pedro. Sabemos que ese conocimiento no precede
a nuestra regeneración, sino que es dado en el paquete de la redención. Todo
aquel que es redimido (nacido de nuevo) conoce que su condición previa era la
de un muerto en delitos y pecados, de uno que rechazaba en su corazón el fondo
de la ley de Dios (pudo amar incluso la letra, pero ella mata), de uno que
estaba en enemistad con su Creador, como consecuencia de la caída federal de
Adán. El día que de él comiéreis moriréis, le dijo Dios a Adán, pero la serpiente
sugirió que Adán y Eva conseguirían el conocimiento del bien y del mal,
llegando a ser como dioses. De esa manera creaba un espantapájaros
argumentativo, una falacia circunstancial, pues obvió la sentencia de muerte
del Creador. Sabemos que Adán y Eva tuvieron muchos hijos después de su caída,
que al final de muchos años murieron físicamente. Pero lo que la Biblia nos
aclara desde el mismo Génesis con la actitud de Caín (el primer criminal
humano, que era del maligno), con la muerte bajo el diluvio universal, y con
los dictámenes de su palabra, es que el hombre murió espiritualmente. De esta
forma quedó incapacitado para la medicina, para el médico, para la curación. A
menos que el Espíritu de Dios opere el nuevo nacimiento (no por voluntad
humana, sino de Dios), el hombre continuará muerto en sus delitos y pecados. Nadie
viene a mí si el Padre que me envió no le trajere, dijo el Señor. No
ruego por el mundo, añadió en otro contexto. Creyeron
los que estaban ordenados para vida eterna, según la cita del libro
de los Hechos. La bestia fue adorada por todos aquellos cuyos nombres no
estaban escritos en el libro de la vida desde la fundación del mundo
(Apocalipsis 13:8 y 17:8).
La
falacia arminiana justifica la elección en la cualidad humana. Esa es la
ponzoña peligrosa que se esparce en las iglesias reformadas de hoy día. No
obstante, sabemos que a los elegidos no podrá engañar, pues no le será posible.
Lo que sí consiguen es marchitar la alegría de poder anunciar la palabra
abiertamente como ella misma se pronuncia. En los elegidos Dios produce tanto
el querer como el hacer, por su buena voluntad (Filipenses 2:13), de manera que
hemos sido llamados de las tinieblas a la luz, y nadie nos podrá separar del
amor de Dios. Pero denunciamos la mentira arminiana como un gran engaño
contemporáneo propagado dentro de la iglesia reformada. El propósito de esta
denuncia es que aquellos que son llamados y elegidos salgan de allí: salid
de allí, pueblo mío dice
el Señor en el libro del Apocalipsis. Ese es el propósito de esta exposición,
nunca la de eliminar tal droga propagada desde Roma por la vía de los jesuitas
del siglo XVI, pues esas cosas tienen que venir para que se cumpla la Escritura
en eso de la apostasía y la cizaña necesaria, de las cabras frente a las
ovejas, así como la sentencia de que muchos serán llamados, pero pocos los
escogidos.
El
veneno de Arminio está en que introduce otro evangelio, con una expiación
diferente, no solamente mengua el carácter absoluto de la soberanía de Dios,
sino que además adapta las exigencias de la ley de Dios al debilitado poder del
hombre (R. B. Kuiper, The
Glorious Body of Christ, P. 43-44). El arminianismo argumenta que
los decretos de la elección y reprobación son posteriores a nuestras buenas o
malas obras, y en consecuencia provienen de ellas, como previstas por Dios
desde toda la eternidad. En consecuencia el arminianismo ofrece salvación a
todos los pecadores, contrario a (Juan 5:21; 6:37-40; 10: 25-30; Fil. 2:13; Is
55:11); presupone el libre albedrío en el pecador muerto en delitos y
pecados, contrario a Hebreos 12:2; Fil 1:29; Romanos 9:16; Juan e:3; 6:44;
5:16); asegura que Cristo murió en la cruz por todo el mundo haciendo posible
la salvación para cada persona (incluye al Faraón de Egipto, a Esaú, a Judas, a
Caín, a los hijos de perdición, a los hijos del diablo, a los destinados desde
el principio para condenación eterna), contrariando una vez más textos de la
Escritura (Lucas 19:10; Juan 10:14-15,26; Hechos 20:28; Romanos 5:10; Efesios
5:25 Hebreos 9:12; 1 Pedro 3:18). Pero además, el arminianismo cree y pregona
que muchos de los que su falso cristo ha salvado se pierden, porque no
continúan en la fe. Poco importa que el Cristo de la Biblia da seguridad
eterna, pues es un proyecto eterno, una elección inmutable del Padre que no
cambia; poco importa que en Romanos 8 leamos que nadie
nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús. Su
tesis contraría a Juan 5:24; 10:26, 29; Romanos 8:29-30, 35-39; 1 Pedro 1:2-5;
Judas 24-25.
En
conclusión, estos Cristos son excluyentes. Son semejantes, pero no más que lo
que presupone comparar a Lucifer con Jesucristo: Lucifer es llamado ángel
de luz, lucero de la mañana. Jesucristo es llamado estrella de la mañana.
Lucifer era perfecto, Jesucristo también lo era –sólo que continúa siéndolo.
Lucifer es príncipe de este mundo, Jesucristo es Rey de reyes. Lucifer es un
espíritu, Jesucristo también lo es, en la medida en que Dios es Espíritu.
Lucifer busca que le adoren, Jesucristo dijo que el Padre también busca que le
adoren (y Jesucristo y el Padre son uno solo). Jesucristo premia y castiga a
los que son suyos, Lucifer hace algo parecido. Solamente que Jesucristo dijo en
una ocasión, en que el diablo andaba por ahí acercándosele, que él (Satanás)
nada tenía en él, que Satanás es padre de mentira, que ha sido asesino desde el
principio.
Este
ejercicio mental bastaría para demostrar que las coincidencias no unen, pues
basta una diferencia en la esencia para que se manifieste la división y
separación definitiva. Asimismo, la comparación entre las doctrinas
protestantes (ajustadas a la Biblia) y las doctrinas católico-romanas
(contrarias a la luz de las Escrituras) no basta para argumentar que es más lo
que nos une que lo que nos separa, pues son excluyentes en su esencia. El
Cristo del arminianismo es parte de otro evangelio, por lo tanto es anatema.
Tomado
de: César Paredes
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Soli
Deo Gloria
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